La figura más simpática en los primeros tiempos coloniales, es la del ilustrísimo señor licenciado don Francisco Marroquín, cuyo carácter benéfico y corazón generoso contrastaban con el instinto fiero y los procedimientos sanguinarios del conquistador don Pedro de Alvarado, dice un artículo (PDF) escrito por Antonio Batres Jauregui y publicado en la revista Electra, de mayo de 1908.
El artículo y la revista fueron hallados por Mario Zebadua, instructor del Departamento de restaurativa de la Facultad de Odontología, de la Universidad Francisco Marroquín.
Sobre Francisco Marroquín, el empresario y escritor Francisco Pérez de Antón ofreció la conferencia titulada Francisco Marroquín y Fray Bartolomé de las Casas, una querella histórica; misma que está disponible aquí.
Razón tiene [Antonio de] Remesal cuando elogia al primer obispo de la diócesis, á aquel varón de acrisolada caridad, que emplea su patrimonio en fundar escuelas, y en socorrer al enfermo, como si quisiera prestar lenitivo á los males del cuerpo y a las enfermedades del alma, añade Batres Jáuregui.
El venerable obispo, no aspiraba a otro fin que a hacer el bien, y edificó la primera iglesia de la Antigua Guatemala, en 1542, con el propósito de que oyeran misa los que trabajaban en la fábrica de aquella ciudad. Aprendió pronto las lenguas indígenas y escribió él mismo una doctrina cristiana, en quiché y en cakchiquel, que se dio a la estampa primero en México y después en la tipografía de Velasco, en Guatemala, año 1724. Aquel obispo de clara memoria, estableció la primera escuela, erigió la primera catedral, el 23 de Agosto de 1533, en la Ciudad Vieja; en la capital de Santiago de los Caballeros, levantó, de su peculio, la iglesia Mayor, parecida a la de Alcalá de Henares, costeó el Palacio Arzobispal y lo donó a la ciudad habiéndolo embellecido el célebre señor de Las Navas; edificó el mismo prelado Marroquín la Ermita de Santa Lucía, dio dinero para la Universidad, logró elevar al rango de catedral la parroquia de Santiago, estableció el rito de Sevilla para los oficios sacros, en una palabra, sentó las bases para la Iglesia de Guatemala.
Y concluye el artículo de Batres Jáuregui con que el dignísimo señor Marroquín se hizo acreedor a gratitud de Guatemala. El ángel de la gloria, que veló su sueño postrero, nos muestra sus virtudes, después de trescientos años, para enseñanza de las futuras generaciones, dado que la historia es la justicia de Dios traducida en ejemplos. Nuestro primer obispo enfervorizó los albores de la colonia, abrió su mano al necesitado y la extendió con largueza para socorrer al pobre. Fue aquel anciano venerable el símbolo de la caridad, y su nombre brilla como el arcoíris de la esperanza.
El alma inmaculada del apóstol de las Indias se desprendió de los terrenales vínculos el viernes santo 18 de Abril de 1563.
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